miércoles, 26 de enero de 2011

Una crónica.


Desafortunadamente para mi mente, espíritu y cuerpo no encuentro el mismo tiempo que antes para escribir, no me cabe duda que el mundo de las letras lo agradece. Debido a esto me veo obligado a escribir un poco sobre todo lo que deseo y quiero expresar pues aunque no creo que mis ideas sean más lucidas que las de cualquiera, sin duda, estas no me dejan tranquilo hasta que no las plasmo aquí y puedo asegurar que me da relajo. Un día tendré que escribir sobre el blog en sí, pues cada día que escribo en él lo encuentro más alejado de la idea principal que me llevo a abrirlo. Pero esa es otra historia.

Vivo en los Estados Unidos desde finales de agosto de 2009, pase los primeros 11 meses en la fría Minnesota enseñando en un colegio de inmersión en español. Recuerdo con muchísimo cariño y nostalgia aquellos días, si en algo soy norteamericano diría que soy de allí.

Después de Minnesota vine a Maryland, en concreto a Silver Spring, a vivir y buscar trabajo durante el verano desde casa de mi hermano que, por casualidades del destino, vive aquí desde noviembre de 2009. Mi primer contacto con Silver Spring fue en las navidades de 2009, visité a mi hermano y pasamos los últimos días y los dos primeros del año juntos. Para mí el final de 2009 fue triste, fue un año espectacular que espero no olvidar porque todo lo que paso en ese entonces me ha hecho, en gran parte, lo que soy y lo que hago ahora. El inicio de 2010 era para comenzar a cerrar el anterior e intentar seguir la aventura americana y para eso necesitaba empezar a ahorrar y buscar un trabajo. Sus primero meses fueron los del contacto con el Instituto Cervantes de Albuquerque (Nuevo México). Finalmente no pudo ser, decidí tomar otro camino y, en verano, una vez terminado el contrato en Minnesota, vine a Silver Spring.

No fue nada fácil la búsqueda de trabajo, empezar de cero, los días y semanas fueron largos buscando y mandando CV. El paso del tiempo no ayuda y te mantiene en vilo sin saber muy bien que pensar y esperar. A finales de julio el teléfono comenzó a sonar y empezaron las entrevistas. Hubo dos puntos de inflexión en esas semanas: el primero fue cuando firme contrato para trabajar en un cine, cosa nada halagüeña. Era una prueba de fortaleza mental y espiritual pues no quería volver a hacer lo que ya había echo y sabía que no me gustaba. Era decepcionante en lo personal y profesional dar ese paso aunque estuve dispuesto a darlo sin dudar, sabía que era una opción que se barajaba y que era parte de empezar de nuevo. Incluso mi mejor amigo me escribió sobre la espiral tenebrosa de mi salida hace años y vuelta al cine. Aún así, le busqué los lados buenos, hablar inglés y conocer gente eran dos de ellos. Mi familia me apoyo sabiendo que no era lo que quería ni esperaba y me ánimo para que viera que no era un fracaso sino un momento coyuntural. Las coincidencias del destino o, el trabajo bien hecho o, los dos hicieron que, el día que debía ir a la formación, mi jefe de ahora me llamase urgentemente para dar mi primera clase. El segundo fue cuando tuve que ir a Gaithersburg a hacer una segunda entrevista para un colegio. Ir hasta esta población me supuso dos horas de autobús y metro, mi hermano me encorajino diciendo que uno nunca sabe donde está el trabajo deseado. Recuerdo salir de casa antes de que pusieran las calles, mucho antes, para llegar a tiempo a la entrevista y después de tres cortes me dieron el trabajo. Hoy no puedo estar más seguro de que era lo que buscaba.

En los cuatro meses en los que he ido y venido en autobús y metro he podido ver una de las múltiples caras de la inmigración. He compartido asiento con muchos latinos en el autobús por las mañanas yendo a trabajar. Ropas propias de la construcción, vaqueros plagados de manchas y recuerdos del día anterior que hicieron olvidar hace tiempo su color original, botas, gorros, dobles camisetas y chaquetas para paliar el frío de esperar y trabajar en la calle. Caras y manos endurecidas y curtidas por el frío, el agua, los aperos y el cemento. Miradas forjadas por la desilusión, la incomprensión y la escasez pero al mismo tiempo expectantes de algo mejor. Algunos platicaban en el bus, otros esperaban el momento de apearse en silencio, todos se bajaban en la misma parada. Ésta no es la de la oficina de empleo sino un parking de un 7 eleven donde se juntaban los inmigrantes venidos de todas partes, a mi entender muchos ilegales, para ser contratados. También veía a un latino vendiendo rosas en frente de la parada de autobús de mi colegio. Me llamó la atención por como sacaba la estampilla de una Virgen, de Guadalupe supongo, cada vez que el semáforo se ponía en rojo y le daba luz verde para intentar vender sus rosas. Por cada venta besaba la estampilla y se santiguaba. Como estas hay millones de historias de una inmigración muy alejada de mi fortuna y la de los míos. Nunca había sido tan consciente de todo lo que supone o puede suponer ser inmigrante hasta que me he parecido un poco a uno de ellos. Me siento tremendamente agradecido.

Ha habido momentos en que creía estar en un sueño. Cruzando calles como Connecticut Ave, Pennsilvania Ave, Constitution Ave, la K con la 16, la 12 con la E, Fenton, Wayne, Arcola, salgo del metro de Chinatown, Metro Center, Dupont Circle, Weathon… A finales de verano tenía una alumna a la que daba la clase en un Starbucks y debía cruzar el Nacional Mall de DC. Me encantaba caminar cruzando el area ajardinada entre el monumento a Washington y el Capitolio. En ese paseo de apenas 10 minutos mi mente se llenaba de preguntas, esperanzas, planes, imaginaciones y alegrías emborrachada por la estampa que me circundaba. Y aunque hoy este feliz de todo lo que me sucede y pasa en los Estado Unidos, yo debo reconocer que a pesar de todo, yo no vine aquí por un deseo que llevaba años quemándome la cabeza, de hecho mi idea era ir a otro país. Pero mis errores, fracasos y huidas tanto académicas como personales me trajeron aquí haciendo sarcástico el hecho de que tantos errores puedan generan un gran acierto, y una buena decisión.

Uno nunca sabe que le va a deparar el futuro, el ser humano mantiene una continua pelea para controlar éste y nada más ingenuo que creer que algún día podremos tenerlo en nuestras manos. Aún así, todos trabajamos para poder asegurarlo o incidir en él por muy pequeña que pueda ser está posibilidad, es natural el pensar y planear que vamos o queremos hacer mañana. Hoy soy muy positivo en este tema, hecho que no siempre he podido afirmar. Hago millones de planes y todos los veo color de rosa, comparto con todo el mundo el no saber que terminará sucediendo y más en mi vida que está llena de puertas abiertas a todo y todos. Pero, ¿hay algo mejor que irse a la cama pensando que mañana será un día mejor?