
Colombia se encuentra en una crisis profunda, en mi opinión, aunque los colombianos con los que trato desde su resignación, más que diaria, histórica no sienten esto mismo, sin embargo uno de los asuntos que quiero señalar derribaría en occidente su parlamento y degradaría su sistema democrático a los niveles de los años 30. Cuando se nombra a Colombia todo el mundo la identifica con el narcotráfico y con la existencia de grupos terroristas como las FARC, ELN o los paramilitares. No tengo intención de tratar aquí estos problemas sino su crisis exterior con los países colindantes y el nuevo caso de corrupción que afecta al Congreso. Por un lado encontramos la eterna disputa por los secuestrados entre la nación y las FARC, a la que se ha sumado el presidente venezolano Hugo Chávez ávido de protagonismo y de legitimación para su proyecto ideológico que supera las fronteras venezolanas; el segundo problema es la corrupción que ha impregnado al mismo Congreso debido a financiaciones en campaña electoral de parlamentarios de varios partidos que apoyan al gobierno por parte del paramilitarismo.
Ingrid Betancourt es la cabeza visible en el exterior de la existencia de secuestrados en Colombia por parte de la guerrilla; la franco colombiana ha hecho que su posible liberación se convirtiese en noticia internacional

El segundo problema que quería resaltar aquí y que me parece de una gravedad máxima es la implicación de varios congresistas en financiación ilícita de sus campañas por parte del paramilitarismo. El Congreso colombiano estaba ganando dignidad en la lucha contra el paramilitarismo en los últimos años, sin embargo en las últimas semanas se ha desvelado que la corrupción había llegado hasta la casa de la soberanía nacional, lo que conlleva una deslegitimación y un descrédito absoluto y total de todo el sistema democrático y de sus procedimientos. Son ya 33 congresistas, uno de los últimos un familiar de Alvaro Uribe, detenidos por presunción de éste delito y el problema no es sólo éste sino que además los partidos en los que se inscriben algunos de los congresistas detenidos han dado su voto a Uribe para su presidencia y muchos colombianos se hacen la lógica pregunta de si su presidente tiene legitimidad para serlo apoyado en éstos votos. El paramilitarismo nació para dar respuesta a la violencia que ejercían las guerrillas en partes del territorio colombiano ya que el Estado no podía asegurar el cumplimiento de la ley en todo su territorio. De aquí dos problemas evidentes: el primero es la falta de un Estado fuerte que de seguridad a todos los ciudadanos; el segundo es que con el tiempo estos paramilitares pasaron de ser un cuerpo de protección a ser parte del problema de la inseguridad, que se financia, como las FARC, del narcotráfico además de la violencia. El gobierno Uribe esta salpicado por éste problema, y no sólo el gobierno, se habla de que en un pasado no muy lejano el mismo Uribe era participe de los paramilitares. El presidente colombiano, por ahora, no piensa disolver el parlamento y pide que la justicia aplique la ley a todos los implicados en ésta trama de financiamiento gracias al terror, y además se encuentra en un momento que debe decidir si se presentará a un tercer mandato o no.
Falta de transición de una situación de guerra a otra de paz, corrupción que llega hasta las instituciones, tensiones exteriores con los países limítrofes (Venezuela y Ecuador), más de tres mil secuestrados por diversas organizaciones delictivas, pobreza crónica y estructural, desigualdad y discriminación económica y social y falta de implantación del Estado en parte del territorio son algunos de los problemas que achacan a Colombia en particular y algunos de éstos a América Latina en general. Aún así el que aquí escribe considera que si la democracia es capaz de solucionar los problemas gravísimos que encontramos en la región ésta se convertirá en un claro ejemplo de cómo la democracia se puede asentar también en los países pobres o en vías de desarrollo. Ésta formula no es ni la más rápida, ni la más segura para demostrar que la democracia es posible fuera de occidente pero es, sin duda, mucho más consistente y legítima que por ejemplo hacer una guerra bajo la justificación de su implantación posterior.