sábado, 25 de julio de 2009

Reflexiones desde una silla: la soledad.

Caí en soledad en enero y desde entonces han pasado muchas cosas en mi vida. Algunas son efectos provocados por la ruptura y otras pertenecen a causas creadas por mi voluntad con efectos que se escapan a esta. Me resulta gracioso que hoy deba esforzarme para recordar todos los matices de lo acaecido en el triste primer trimestre de este año, cuando en el momento lo sentí como epicentro de un terremoto de siete puntos en la escala Richter. Tengo gravada una conversación con mi no cuñada por aquellas fechas, recuerdo que me dijo: “…debes dedicarte tiempo a ti mismo” después de que yo le comentase que en los últimos ocho años había pasado sin pareja cinco o seis meses únicamente. Éste simple consejo me ha llevado cinco meses digerirlo y comprenderlo en toda su extensión, pues en un inicio la picadura provocada por el mosquito brasileño de la dengue no me permitía pensar con absoluta claridad. Hoy veo las cosas desde otra perspectiva, la fiebre ha pasado, ya no encuentro alteración en mi meditar o en mi sentir como antaño. Las horas que se hacían eternas antes, pasan ahora con la ligereza que vemos en la pluma cuando es mecida por la suave y escasa brisa, los días y semanas que parecían años insufribles e interminables se vuelven minutos en la esfera de mi recuerdo. La cercanía del descanso de fin de semana no me crea las turbaciones como en el pasado, que comenzaban a germinar los lunes para ser monstruos gigantes el viernes. ¡No hay Convención Jacobina que dure eternamente! no hay pueblo ni ser que pueda aguantarla indefinidamente, siempre llega un Termidor que finalmente da inicio a una nueva paz.
Me encuentro en cierta soledad incluso cuando estoy acompañado, muy bien acompañado. Hay rincones del alma que no pueden ser llenados por nadie más que la persona con la que quieres compartirla. Esas estancias no se orientan hasta que ella abre la puerta y retira las cortinas para dar paso a una nueva luz que la ilumine revitalizándola, esa cerradura no acepta llaves maestras. Mientras se encuentra deshabitada, en ocasiones, se generan imágenes proyectadas por sombras o sonidos procedentes de algún pasado que pueden hacerte caer en la nostalgia.
La soledad a la que me vi obligado en enero, pues me encontraba dichoso con la manta calurosa que me arropaba en los días de frío, me ha llevado, con el paso del tiempo, a escucharme a mi mismo como muy bien me aconsejaron. Los ruidos de la calle pasada a los que ya ofrezco solo mi espalda se han apagado, son imperceptibles, hoy solo escucho mi palpitar y caminar monorrimo. Se necesita soledad para pensar, para decidir de forma individual, para ser libre si puede serlo uno enteramente en algún momento de la vida. El tren que te lleva a tu viaje interior solo tiene un asiento. No se puede construir algo sincero desde la turbulencia de la tormenta, no puede haber honestidad mientras Morfeo aún te traiga, en las horas que compartes con él, tu pasado al presente y en ocasiones consigue mantenerlo incluso una vez abiertos los ojos. No se puede estar seguro de lo que se quiere para el futuro si el pretérito todavía puede influir en tu ánimo y en ocasiones reaparecer en tu hoy. Por tanto, la soledad no debe crear miedo o angustia pues es un espacio temporal necesario para poder elegir desde la reflexión individual el futuro, momento para arriesgarse y buscarse a uno mismo y, barbecho necesario para el inicio de la próxima vida.
Dicho lo anterior, la soledad aunque necesaria debe ser simplemente una periodo más del camino, pues convencido estoy hoy, de que la vida solo adquiere y tiene sentido si se está acompañada por la persona que has querido que te de los buenos días y las buenas noches cada vez que abandonas y retomas la cama. Con la que compartes las constantes alegrías y tristezas, los éxitos y fracasos, los retos y proyectos. Encontrarte, sin pensarlo, mirándola como si no lo fueses a volver a hacer o por el contrario como si fuese la primera vez. Mantener un mismo ritmo acompasado de la respiración y del latir del corazón en silencios compartidos en el espacio, la elección querida para los momentos en que la oración compartir lo íntimo se lleva a su última expresión.
La soledad alargada en el tiempo puede convertirse en un estado de profunda melancolía y nostalguia. El que aquí escribe se suma a la idea de Aristóteles de que aquel que consigue vivir en plena soledad solo puede ser “… un Dios o una bestia”. Temo esto último pues crece en mi la convicción de que la soledad va a ser mi acompañante en el próximo año, año y medio pues hoy me encuentro de paso y en camino...

miércoles, 1 de julio de 2009

Él lo sentía así.


Lleva varios días desestabilizado en lo sentimental, aunque por razones bien diferentes a motivaciones pretéritas. El marchito y seco árbol que fue su corazón parece reverdecer en estos días. Un sol cálido con fragancia de mujer le ha hecho palpitar de nuevo su destrozado corazón; éste no estaba en pleno funcionamiento, partido en mil pedazos por un rayo se ha ido reconstruyendo no sin mucho dolor, paciencia y tiempo. Lo reconstruido ya late, muestra vigor y con fuerza comienza a retomar el bombeo que riega su organismo al cual da vida y su sentir que le da sentido a ésta.
Llevaba una semana muy sorprendido consigo mismo, él había pensado en multitud de horas, momentos, conversaciones y lugares que tardaría en volver a sentirse interesado por una mujer. La herida todavía es reciente, en ocasiones le pica, se rasca y una gota de sangre se descuelga de lo cicatrizado aunque enseguida para y encuentra acomodo en otra parte de su cuerpo fortaleciéndolo. Ahora otra mujer se ha introducido en su pensamiento, forma parte de la lista de preocupaciones que repasa día a día. Sin duda se instaló con su consentimiento, a una velocidad envenenada y dejando el regusto de una droga que te mantiene con las ganas de repetir de nuevo.
Estás tonto, ¿o qué? Se repetía casi a diario, en cada momento que se sorprendía recordando miradas, sonrisas, conversaciones enteras que transcurrieron tan rápido por ignorar que estaban contadas por el Dios Cronos. Sé daba cuenta que su fragancia debía de estar tan de moda como las gafas de aviador al estilo Top Gun que se ven por todo Madrid. En cualquier lugar y momento al pasar una mujer ella estaba de nuevo presente, en el momento que se levantaba una pequeña brisa el aroma de su perfume viajaba hasta introducirse por todos los poros de su piel y ella volvía a estar presente dando impulso una vez más a la rueca que es el pensamiento. Qué difícil resulta quitarse de la cabeza a alguien que sin darte cuenta ya forma parte de ella.
La historia no era reciente pero tampoco lejana, recordaba que intimaron cuando el abrigo todavía era necesario para poder pasear por Madrid, que la noche llegaba en seguida, que se dormía arropado en la cama, que el sol todavía acariciaba. El primer encuentro fue de lo más inocente, no hubo intención de nada, surgió sin esperarlo o meditarlo. La sorpresa fue máxima, el asombro superlativo, la inquietud constante, el interés se fue robusteciendo con el pasar de las horas y los días. Se vieron tres o cuatro veces, compartieron cañas, tapas, cine y cena. Él no vivía su mejor momento, su ánimo era bajo, las dudas le asaltaban constantemente y aún así le guardaba sus mejores sonrisas, sus mejores momentos del día los empaquetaba con la indicación: no abrir hasta estar delante de ella. De todas formas la historia no fructificó. Con el paso del tiempo él lo fue entendiendo mejor, volvió a concentrarse en sus cosas, lo analizó bien, sabía que no podía ser, que tenía fecha de caducidad por razones propias, que por mucho que en un principio no fuese lo querido si era lo más acertado. Incluso concluyó que posiblemente estaba buscando, sin darse cuenta, lo que acababa de perder no hacia mucho, y eso no era certero.
Paso el tiempo y aunque presente en el pensamiento unas cosas fueron tapando otras, los días y las semanas transcurrieron. Hasta no hace muchos días, algo les quedaba pendiente todavía, el encuentro fue inevitable y en parte deseado. Para él la chispa saltó de nuevo, el tiempo transcurrido había curado parte de la herida que le mantuvo triste e inestable en el pasado, la mirada había cambiado, la tranquilidad que le habían dado la resolución de los proyectos iniciados le daban soltura, estabilidad, consistencia y aún así sucumbió igual que las primeras veces. Hay algo en ella que no le permite terminar, que le da permanencia en lo más profundo de su sentir. Se dijo mil veces que fue un momento pasajero, un capricho muy dulce que formó parte de unas circunstancias muy concretas y en parte poco afortunadas. Pero este reencuentro con la consiguiente renovación del nerviosismo y el que retome la estancia permanente en su pensamiento le da muestras de que para él, en el fondo, fue algo más, tenga continuaciones o no, sea compartido o simplemente propio, sea querido o aborrecido, voluntario o involuntario, buscado o renunciado, fatigoso o ligero. Él lo sentía así.