
Llevaba una semana muy sorprendido consigo mismo, él había pensado en multitud de horas, momentos, conversaciones y lugares que tardaría en volver a sentirse interesado por una mujer. La herida todavía es reciente, en ocasiones le pica, se rasca y una gota de sangre se descuelga de lo cicatrizado aunque enseguida para y encuentra acomodo en otra parte de su cuerpo fortaleciéndolo. Ahora otra mujer se ha introducido en su pensamiento, forma parte de la lista de preocupaciones que repasa día a día. Sin duda se instaló con su consentimiento, a una velocidad envenenada y dejando el regusto de una droga que te mantiene con las ganas de repetir de nuevo.
Estás tonto, ¿o qué? Se repetía casi a diario, en cada momento que se sorprendía recordando miradas, sonrisas, conversaciones enteras que transcurrieron tan rápido por ignorar que estaban contadas por el Dios Cronos. Sé daba cuenta que su fragancia debía de estar tan de moda como las gafas de aviador al estilo Top Gun que se ven por todo Madrid. En cualquier lugar y momento al pasar una mujer ella estaba de nuevo presente, en el momento que se levantaba una pequeña brisa el aroma de su perfume viajaba hasta introducirse por todos los poros de su piel y ella volvía a estar presente dando impulso una vez más a la rueca que es el pensamiento. Qué difícil resulta quitarse de la cabeza a alguien que sin darte cuenta ya forma parte de ella.
La historia no era reciente pero tampoco lejana, recordaba que intimaron cuando el abrigo todavía era necesario para poder pasear por Madrid, que la noche llegaba en seguida, que se dormía arropado en la cama, que el sol todavía acariciaba. El primer encuentro fue de lo más inocente, no hubo intención de nada, surgió sin esperarlo o meditarlo. La sorpresa fue máxima, el asombro superlativo, la inquietud constante, el interés se fue robusteciendo con el pasar de las horas y los días. Se vieron tres o cuatro veces, compartieron cañas, tapas, cine y cena. Él no vivía su mejor momento, su ánimo era bajo, las dudas le asaltaban constantemente y aún así le guardaba sus mejores sonrisas, sus mejores momentos del día los empaquetaba con la indicación: no abrir hasta estar delante de ella.

Paso el tiempo y aunque presente en el pensamiento unas cosas fueron tapando otras, los días y las semanas transcurrieron. Hasta no hace muchos días, algo les quedaba pendiente todavía, el encuentro fue inevitable y en parte deseado. Para él la chispa saltó de nuevo, el tiempo transcurrido había curado parte de la herida que le mantuvo triste e inestable en el pasado, la mirada había cambiado, la tranquilidad que le habían dado la resolución de los proyectos iniciados le daban soltura, estabilidad, consistencia y aún así sucumbió igual que las primeras veces. Hay algo en ella que no le permite terminar, que le da permanencia en lo más profundo de su sentir. Se dijo mil veces que fue un momento pasajero, un capricho muy dulce que formó parte de unas circunstancias muy concretas y en parte poco afortunadas. Pero este reencuentro con la consiguiente renovación del nerviosismo y el que retome la estancia permanente en su pensamiento le da muestras de que para él, en el fondo, fue algo más, tenga continuaciones o no, sea compartido o simplemente propio, sea querido o aborrecido, voluntario o involuntario, buscado o renunciado, fatigoso o ligero. Él lo sentía así.
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