sábado, 25 de julio de 2009
Reflexiones desde una silla: la soledad.
Me encuentro en cierta soledad incluso cuando estoy acompañado, muy bien acompañado. Hay rincones del alma que no pueden ser llenados por nadie más que la persona con la que quieres compartirla. Esas estancias no se orientan hasta que ella abre la puerta y retira las cortinas para dar paso a una nueva luz que la ilumine revitalizándola, esa cerradura no acepta llaves maestras. Mientras se encuentra deshabitada, en ocasiones, se generan imágenes proyectadas por sombras o sonidos procedentes de algún pasado que pueden hacerte caer en la nostalgia.
La soledad a la que me vi obligado en enero, pues me encontraba dichoso con la manta calurosa que me arropaba en los días de frío, me ha llevado, con el paso del tiempo, a escucharme a mi mismo como muy bien me aconsejaron. Los ruidos de la calle pasada a los que ya ofrezco solo mi espalda se han apagado, son imperceptibles, hoy solo escucho mi palpitar y caminar monorrimo. Se necesita soledad para pensar, para decidir de forma individual, para ser libre si puede serlo uno enteramente en algún momento de la vida. El tren que te lleva a tu viaje interior solo tiene un asiento. No se puede construir algo sincero desde la turbulencia de la tormenta, no puede haber honestidad mientras Morfeo aún te traiga, en las horas que compartes con él, tu pasado al presente y en ocasiones consigue mantenerlo incluso una vez abiertos los ojos. No se puede estar seguro de lo que se quiere para el futuro si el pretérito todavía puede influir en tu ánimo y en ocasiones reaparecer en tu hoy. Por tanto, la soledad no debe crear miedo o angustia pues es un espacio temporal necesario para poder elegir desde la reflexión individual el futuro, momento para arriesgarse y buscarse a uno mismo y, barbecho necesario para el inicio de la próxima vida.
Dicho lo anterior, la soledad aunque necesaria debe ser simplemente una periodo más del camino, pues convencido estoy hoy, de que la vida solo adquiere y tiene sentido si se está acompañada por la persona que has querido que te de los buenos días y las buenas noches cada vez que abandonas y retomas la cama. Con la que compartes las constantes alegrías y tristezas, los éxitos y fracasos, los retos y proyectos. Encontrarte, sin pensarlo, mirándola como si no lo fueses a volver a hacer o por el contrario como si fuese la primera vez. Mantener un mismo ritmo acompasado de la respiración y del latir del corazón en silencios compartidos en el espacio, la elección querida para los momentos en que la oración compartir lo íntimo se lleva a su última expresión.
La soledad alargada en el tiempo puede convertirse en un estado de profunda melancolía y nostalguia. El que aquí escribe se suma a la idea de Aristóteles de que aquel que consigue vivir en plena soledad solo puede ser “… un Dios o una bestia”. Temo esto último pues crece en mi la convicción de que la soledad va a ser mi acompañante en el próximo año, año y medio pues hoy me encuentro de paso y en camino...
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