sábado, 10 de mayo de 2008

Nación y soberanía nacional.

En 1982 el ejecutivo mexicano toma la decisión de no seguir pagando la deuda externa que adeudaba a los países occidentales y las organizaciones internacionales. Rápidamente se le irían sumando el resto de países latinoamericanos. Ésta crisis financiera no sólo sacudía a éstos países, también a un Occidente muy dañado por el cambio de ciclo económico que impondría la crisis del 73 que terminaba con los “treinta gloriosos” y que generó la reestructuración de los Estados del Bienestar y la renovación de las ideologías que los mantenían.

La crisis en Latinoamérica provocó la necesidad de transiciones que terminaron a lo largo de la década con los regimenes autoritarios dando paso a las democracias, estas tuvieron que replantearse varias cuestiones como: cual era su idea de nación. En España este proceso se dio algunos años antes; nuestro proceso, en cierta manera no distaba mucho de las naciones sudamericanas, hicimos la transición de un régimen militar que había permanecido durante cuatro décadas a una democracia liberal occidental. Como en Iberoamérica, la democracia heredó los problemas de toda índole que venía acumulando el régimen y en nuestra obligada reforma del Estado también tuvimos que asumir la necesidad de plantearnos que tipo de nación queríamos.

Se necesitaba sumar y todos participaron, se dice que la transición fue un gran éxito aunque empiezo a dudar de su amplitud. La idea de nación tan importante en cualquier cambio de régimen o transición y en cualquier reforma del Estado no había sido asumida del mismo modo por todos; se comienza a vislumbrar que algunos la asumieron de forma precaria o que la aceptaron a sabiendas que más adelante y desde una posición más ventajosa podrían comenzar a minarla. La descentralización no es el problema de la idea de España sino la deslealtad de aquellos que dieron como buena esa descentralización y que ahora comienzan a soslayar el régimen por considerarlo insuficiente para sus ambiciones independentistas, y por aquellos a los que se les supone un propósito nacional pero que comienzan a ser incapaces de tener una idea suficientemente aglutinante y de superar los complejos identitarios nacionales.

No deberíamos engañarnos, éste no es un problema nuevo aunque si se ha potenciado desde el 2004, los nacionalismos mantienen un discurso no ya contrario a España sino afirman la inexistencia de ésta como nación, España existe como simple estructura administrativa que aúna a las “realidades nacionales” que comenzaron a surgir la legislatura pasada. Y el problema ya no son sólo los nacionalismos, también la mala práctica de la descentralización y el abuso de los Estatutos, en los que participan PP y PSOE, que son más fácil de modificar que la Constitución y están cargados de gran legitimidad, pero no están autorizados a cambiar el Estado, la nación ni la Constitución.

Se nos ha acostumbrado y enseñado a pensar en tribus, taifas o cantones en los últimos treinta años y ahora debido a la necesidad de los partidos de conseguir el poder en las diferentes Autonomías el discurso no sale de ahí, de la región. Desde las elecciones municipales de 2007 se afirma que se gana gracias a CCAA. El PP ganó las autonómicas gracias a Madrid, según P. Blanco; y el PSOE las generales gracias a Cataluña y P. Vasco; y como esto fue así y los demás votos nacionales son simples complementos de aquellos se les debe un especial atención a estas comunidades, premiándolas de alguna manera: cargos en el ejecutivo, políticas preferenciales, etcetc.

El PSOE es buen ejemplo de esto, de partido centralizado paso a ser federal por la necesidad de construir discursos apropiados para cada CCAA que le proporcionase cercanía con el votante, y ahora se encuentran en que el PSOE de Cataluña y de Extremadura no pueden mantener un mismo discurso en temas determinantes como la financiación, instrumento que genera igualdad y solidaridad, principios propiamente socialistas. Y ahora el PP comienza a plantearse éste mismo dilema después de la derrota del 9M, la necesidad de que sus dirigentes tengan más libertad en las diferentes CCAA para presentar como ya a dicho Feijoo (Secretario general en Galicia) de una forma más amable al partido; o como el Estatuto andaluz se asimila al Catalán por no quedarse atrás en ésta CCAA o como en Valencia la famosa cláusula Camps habla de la posibilidad de introducir en el Estatuto toda ley o derecho nuevo que tengan otros y que les favorezca. Parece imparable e imposible que exista una opción diferente a la idea del engañoso término: “la España plural”.

España no anda por buen camino, lo vengo escribiendo aquí desde el nacimiento de éste blog, se que no es el tema que más preocupa a los ciudadanos según los partidos políticos ya que no es ni economía doméstica, ni trabajo, ni hipotecas, ni subida de alimentos pero para el que aquí escribe es un problema fundamental y esencial. Ya no intento hablar de nación, evocación o sentimiento que puede tener un significado diferente para cada persona en particular; veámoslo como soberanía nacional: cada elector es soberano y todos juntos la soberanía nacional, ésta la cedemos para nuestra representación, pero ni los partidos, ni los políticos son los soberanos, cuando éstos comienzan a priorizar sus intereses partidistas y particulares por encima de la soberanía nacional el pacto de representación debería romperse y la soberanía volver a la ciudadanía.

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